El vínculo afectivo y la cooperación en el aula

La creación de un vínculo entre los miembros de un colectivo es siempre una necesidad, ya sea para unir fuerzas en contra de un enemigo común o para desarrollar una cura definitiva contra el cáncer. Se necesita crear un vínculo entre las personas para trabajar de una manera eficaz, eficiente y satisfactoria. Esto se aplica a cualquier ámbito de la vida, bien el familiar, el laboral, el social, el educativo, etc. Ahora bien, no cualquier vínculo nos permite trabajar de una manera eficaz, eficiente y satisfactoria. En realidad, nos estamos refiriendo al vínculo afectivo.

Autora
Rocío Bartolomé Rodríguez
Palabras clave
vínculo afectivo, trabajo cooperativo, neuronas espejo, aprendizaje
Lecturas recomendadas
Pavlenko, A. (2012). Ibarrola López de Davalillo, B. (2014). Aprendizaje emocionante. Neurociencia para el aula. SM.
Lluch, L. y Nieves de la Vega, I. (2019). El ágora de la neuroeducación. La neuroeducación explicada y aplicada. Octaedro.
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¿Qué es el vínculo afectivo?

Ligioiz (2019) define muy bien qué es el vínculo y explica sus beneficios en el aula:

El vínculo es el lazo afectivo que nos une y nos lleva a compartir, desarrollar la empatía, el compromiso, la lealtad, generosidad y, en definitiva, a cooperar y co-crear un entorno donde todas las personas seamos importantes y tengamos cabida. El vínculo en un aula es el primer eslabón para que, una vez establecido, podamos avanzar en un aprendizaje significativo, donde haya un espacio de seguridad que pueda generar el desarrollo de la empatía, la cooperación y el trabajo de equipo. (p. 43)

Así pues, si la creación de vínculo es fundamental para que se produzca un aprendizaje significativo en cualquier contexto educativo, lo es mucho más en la clase de español como lengua extranjera, donde puede haber alumnos que estén a miles de kilómetros de su entorno familiar y social y estén necesitados de rodearse de personas que suplan esa carencia y crear nuevos vínculos.

El vínculo afectivo en las aulas

El aprendizaje se nutre de procesos cognitivos, emocionales y sociales (Smith, 2019). Las emociones claramente condicionan las habilidades sociales. Un estudiante de idiomas que se siente ansioso o inseguro por sumergirse en una cultura nueva no va a tener la misma predisposición a relacionarse con otros estudiantes que otro estudiante que se siente feliz, tranquilo y seguro de sí mismo. La creación de vínculo entre los estudiantes obedece, por tanto, a factores emocionales y sociales.

El aprendizaje es un proceso social, puesto que en los centros educativos se aprende en grupo y los estudiantes tienen que relacionarse unos con otros. Si se crea un vínculo emocional adecuado entre los estudiantes, se genera un sentido de pertenencia al grupo que favorece el buen desarrollo académico y personal del estudiantado. Esto se ha demostrado que es así cuando se utilizan metodologías de trabajo cooperativo como la tutoría entre iguales. Lieberman (2013) (citado en Guillén, 2017) recoge que, cuando se le pide a alguien que aprenda algo para que luego se lo enseñe a los demás, retiene más información que si se le pide que lo ponga por escrito en un examen tradicional.

Ello se explica por los circuitos cerebrales de recompensa: estos “intervienen tanto en los procesos asociados a la motivación individual como en las relaciones interpersonales. De hecho, la simple expectativa de la acción cooperativa es suficiente para liberar la dopamina que fortalecerá el deseo de seguir cooperando” (Guillén, 2017, p. 203). Es decir, si disfrutamos con la interacción social a través de la cooperación, se liberará dopamina, que hará que el estudiante quiera repetir esa interacción porque le ha producido placer y quiere seguir obteniéndolo.

Ligioiz (2019) resume muy bien la importancia del vínculo en el aula:

La esencia del vínculo se gesta al conocernos progresiva y profundamente, compartiendo y cooperando. Disfrutando y llevando a cabo experiencias comunes significativas. […] El vínculo genera equilibrio neurobiológico, al eliminar el estrés y la reactividad emocional, activando recursos cerebrales esenciales para el aprendizaje, como la memoria, la atención, la motivación, la capacidad cognitiva, la cooperación y el trabajo en equipo. Nos aporta calidad de vida, sentido vital y de pertenencia, y fortalece nuestro autoconcepto, empatía, generosidad y capacidad de amar” (pp. 51-52).

Influencia del vínculo afectivo sobre el trabajo cooperativo

No es lo mismo trabajar en un grupo de trabajo que en un equipo de trabajo. El vínculo afectivo es el que marca la diferencia entre uno y otro. A continuación, se presentan algunas diferencias entre lo que supone trabajar en grupo o en equipo.

Tabla 1. Diferencias entre grupo de trabajo y equipo de trabajo. Fuente: De Faria Mello (1998); citado en Gómez Mújica y Acosta Rodríguez, (2003).

Un grupo de personas puede empezar trabajando como grupo y acabar convirtiéndose en un equipo. Todo depende de la capacidad de regulación emocional que tengan sus integrantes y su forma de interaccionar. La regulación emocional es “una habilidad para modular el afecto, al servicio del respeto a normas definidas social y culturalmente” (Fox, 1994, citado en Ato, González y Carranza, 2004, p. 70). Para Ato, González y Carranza (2004), la autorregulación supone saber afrontar el manejo tanto de las emociones positivas como de las negativas, no solamente de las negativas.

Según Smith (2019), los problemas de este mundo desaparecerían si las personas tuvieran mayor capacidad de autorregulación. Esta es la función principal de nuestra capacidad más reflexiva y racional. Permite “sentir las emociones de manera adecuada y equilibrada, pudiendo reconocer y expresar las propias emociones y las ajenas de forma asertiva, saber tranquilizarnos, convertir sentimientos negativos en positivos, anticipar nuestras emociones en acontecimientos futuros, y aprender a tolerar la frustración” (Morgado, 2010, citado en Carballo y Portero, 2018, p. 119). Esta función cobra especial significación en los trabajos cooperativos, momento en que los estudiantes tienen que trabajar con personas con las que no tienen suficiente confianza o con quienes no tienen tantas afinidades. Si se crea un vínculo afectivo entre los integrantes del grupo, se alcanzará a un mayor éxito en el resultado.

El vínculo afectivo, las neuronas espejo y la cooperación

Las investigaciones en neurociencia social apuntan a que la predisposición genética con la que nacemos los seres humanos es la de cooperar. Esto se advierte ya en niños y niñas de un año de edad cuando ayudan y comparten sus objetos con otras personas. Después vendrá la fase de egocentrismo cognitivo y ya no querrán compartir sus cosas, pero en general van a preferir situaciones cooperativas en lugar de situaciones agresivas o egoístas (Carballo y Portero, 2018).

Por tanto, nacemos programados para ser seres sociales, de la misma manera que, debido a las neuronas espejo, estamos programados para la interacción social. Esto se aprecia cuando, por ejemplo, un bebé sonríe porque sonríen sus padres o se pone serio si estos se ponen serios. Estas neuronas constituyen el sustrato cerebral de la tendencia automática a imitar que nos caracteriza a los seres humanos. De aquí la importancia también de que los docentes sean un buen espejo en el que se miren los estudiantes, ya que conviene evitar comportamientos en clase que ellos automáticamente imiten por modelado.

Las neuronas espejo se localizan en la corteza cerebral y descargan impulsos tanto cuando una persona observa a otra realizar un movimiento como cuando es ella misma quien lo ejecuta. Por ejemplo, si yo observo el movimiento intencionado de otra persona con su mano, boca o pie, se activarían en mi cerebro las mismas regiones específicas de la corteza motora que yo activaría si estuviera ejecutando esos movimientos. Este descubrimiento, según Carballo y Portero (2018):

es principal para entender desde una vertiente psicobiológica algunos aspectos de la conducta social, ya que explica la representación mental que nos hacemos de las conductas de otros que da lugar a la capacidad de empatía. Por ejemplo, cuando observamos a otra persona sentir una emoción, puede que nuestras neuronas espejo se activen, lo que hace que podamos experimentar su estado emocional como propio; esta sensación suele favorecer nuestra voluntad de ayudar o cooperar con los demás. Ayudamos a alguien cuando podemos experimentar su pena como si fuera propia e intentamos no decepcionar a las personas que queremos porque no nos gustaría experimentar su decepción en nosotros mismos. (p. 132).

En definitiva, nuestro cerebro está programado para la cooperación, solo necesita los estímulos adecuados para que toda su maquinaria se ponga en marcha y produzca como resultado emociones positivas que creen vínculos afectivos entre las personas con las que nos relacionamos. Los docentes juegan un papel muy destacado en proporcionar esos estímulos a los estudiantes, ya sea a través de dinámicas de grupo, actividades cooperativas, juegos, etc. Si se favorece la creación de un vínculo afectivo adecuado en las aulas, se garantiza un aprendizaje más significativo.

Referencias

Ato Lozano, E., González Salinas, C. y Carranza Carnicero, J. A. (2004). Aspectos evolutivos de la autorregulación emocional en la infancia. Anales de Psicología, 20(1), 69-79.

Carballo Márquez, A., y Portero Tresserra, M. (2018). 10 ideas clave. Neurociencia y educación. Aportaciones para el aula. Graó.

De Faria Mello, F. A. (1998). Desarrollo organizacional. Enfoque integral. Noriega Editores.

Fox, N. A. (1994). Dynamic cerebral processes underlying emotion regulation. In N. A. Fox (Ed.), The development of emotion regulation: biological and behavioral considerations. Monographs of the Society for Research in Child Development, 59, 152-166.

Guillén, J. C. (2017). Neuroeducación en el aula. De la teoría a la práctica. Create Space.

Gómez Mujica, A., y Acosta Rodríguez, H. (2003). Acerca del trabajo en grupos o equipos. ACIMED, 11(6).

Lieberman, M. D. (2013). Social: why our brains are wired to connect. Oxford UP.

Ligioiz, M. (2019). Importancia del vínculo en el aprendizaje y calidad de vida: nacidos para conectar y compartir. En L. Lluch e I. Nieves de la Vega (Coords.), El ágora de la neuroeducación. La neuroeducación explicada y aplicada (pp. 43-53). Octaedro.

Morgado, I. (2010). Emociones e inteligencia social. Las claves para una alianza entre los sentimientos y la razón. Ariel.

Smith, M. (2019). Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje. Aulas emocionalmente positivas. Narcea.

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